Acerca de la Historia impía de las religiones

En 1543 se anuncia que no podrá publicarse ningún libro sin permiso de la Inquisición y en 1559 aparece el primer Índice, donde se da cuenta de los libros prohibidos por la Iglesia, lo que ha perdurado hasta el siglo XX. La Inquisición funcionaba tanto en el campo católico como en el protestante. En España, la Inquisición duró hasta el siglo XIX y creó un ambiente de terror dentro de un catolicismo intolerante y tenebroso. Es inútil luchar contra las ideas y, desde el Renacimiento, se produce un imparable movimiento hacia la libertad de pensamiento. Así en 1543 se publica un estudio de Copérnico, Sobre las revoluciones de los orbes celestes, que sirve de apertura al desarrollo de las ciencias. Las ideas de Copérnico suponían para la Iglesia una derrota de sus teorías (era dogma de fe que la tierra era plana y que el sol y los astros giraban alrededor de ella) y las reprimió duramente. Pero Colón descubre América y Elcano da la vuelta al mundo, dando la razón a Copérnico. Sus ideas son defendidas por Giordano Bruno (1546-1600) y Galileo Galilei (1564-1642), esto les supuso, a Giordano Bruno el ser quemado vivo en 1600 y a Galileo una dura persecución, hasta que el tribunal inquisitorial le dio un ultimátum: o ser quemado vivo o declarar que estaba equivocado; viejo y cansado decidió claudicar y dicen que al firmar la declaración recalcó: “Pero (la Tierra) se mueve”. No se acaban ahí las persecuciones, los profesores de las universidades tenían que hacer, antes de asumir su cargo, juramento “anti pitagórico”. Calvino acusó a Miguel Servet, lo que le llevó a la hoguera, por sus opiniones geográficas (se le había ocurrido decir que en Canaán no manaba leche ni miel, que era una país pobre y desértico) y por sus ideas sobre la circulación de la sangre. Vesalio, padre de la anatomía moderna, sufrió persecución por diseccionar cadáveres. Y hasta Juan de la Cruz (1542-1591) fue encerrado en un convento, de donde huyó, perseguido y difamado por los propios carmelitas; en 1726 se le santificó. La quema de libros estaba a la orden del día, ardiendo verdaderos tesoros; Cisneros mandó quemar libros árabes y Torquemada libros hebreos. Por temor a la hoguera muchos pensadores y científicos manifestaban sus ideas en forma de observaciones ambiguas o de suposiciones. Y es que los católicos creen más en la fuerza que en el evangelio, como lo atestiguan la Reconquista, las Cruzadas, la colonización de América y las sangrientas guerras que asolaron Europa.

Me parece que el que mejor ha expresado la conducta a seguir en materia de religión fue Buda diciendo: “No creáis nada concediendo fe a la tradición, incluso aunque haga siglos que muchas generaciones y en muchos lugares hayan creído en ello. No creáis algo por el hecho de que muchos hablen de ello y lo crean o finjan creerlo. No creáis fiándoos en la fe de los sabios de tiempos pasados. No creáis en lo que vosotros mismos os imagináis pensando que Dios os inspira. No creáis algo tan solo porque os parezca suficiente la autoridad de vuestros místicos y sacerdotes consejeros. Sólo tras maduro examen creed en aquello que hayáis experimentado vosotros mismos y reconocido razonable y conforme a vuestra conciencia”. La religión es uno de los mecanismos psíquicos para huir del dolor y del miedo, tratando de encontrar refugio en el seno de un supuesto ser superior que nos ofrezca consuelo y esperanza. Como en la tierra no es posible alcanzar la felicidad, las religiones la ofrecen en la “otra vida”, que dicen que existe después de la muerte. Para ello, es fundamental hacer creer que estamos formados por una parte material, el cuerpo que se deshace al morir, y una parte espiritual, el alma, el doble o como se le quiera llamar, que sigue viviendo. Por eso todas las religiones son animistas. Sin embargo , los constantes avances en biología y en el conocimiento de la estructura y funcionamiento del cerebro , han permitido demostrar que el alma es uno más de los mitos con que se nutren las religiones . Desgraciadamente, la historia de la humanidad está plagada de injusticias, de venganzas, de ambiciones, de guerras, de crueldad. Si se analizan las causas de tantas catástrofes, se llega a la conclusión de que, en la mayoría de los casos, son las religiones las causantes, en especial las religiones monoteístas. Como contraste vemos que las leyes de la gravitación de Newton, la evolución de las especies de Darwin o la teoría de la relatividad de Einstein, por citar sólo algunas de las investigaciones científicas más conocidas, son cada una de ellas más importantes para la humanidad que todas las religiones juntas; entre otras razones porque nos han “redimido” del peor pecado: la ignorancia. Sin embargo, nadie ha sido capaz de morir, y menos aún de matar, por defenderlas o divulgarlas. Todas las religiones aseguran que su creencia es la verdadera, la que posee la auténtica y absoluta verdad. Cuando se afirma algo es preciso demostrarlo, me temo que ninguna de ellas podrá hacerlo. Por otra parte, ninguna religión ofrece soluciones válidas para resolver los problemas de la humanidad, ya sean éstos filosóficos o psíquicos, sociales o individuales, espirituales o materiales, porque todas ellas son cínicas al pretender quedar bien ante su Dios y ante sus creyentes, debido a que recurren a la dialéctica mentira-opresión, en contra de la dialéctica verdad-libertad. Las religiones coinciden en cinco mandamientos y en cinco prácticas que, ¡oh casualidad!, van en beneficio del poder. Los cinco mandamientos, de aplicación general para todos menos para los poderosos, son: no matar, no robar, no mentir, respetar la propiedad sexo-económica y obedecer. Las cinco prácticas son: discriminar a la mujer (peligroso competidor), conseguir el poder, imponer sus enseñanzas, desprestigiar la democracia y creerse en posesión de la verdad absoluta. Todas las religiones, en especial las semitas, deberían tener el valor de reconocer sus orígenes en los misterios paganos y de renunciar a sus dogmatismos; sólo así estarían más cerca del hombre y podrían llegar a entenderse con la ciencia.
Es indudable que las religiones cristianas se están diluyendo en una especie de creencia más cultural y difusa que real, en las que sus seguidores no se relacionan con su iglesia más que en los ritos sociales. Es decir, profesan una religión a la carta, en la que cada uno cree en lo que le conviene. Paralelamente aumenta constantemente el número de ateos y de agnósticos; cada vez hay más personas convencidas de que la religión es una fuente de prejuicios, de mentiras y de intolerancia. Hoy por hoy, no se consideran al creyente y al ateo con la misma dignidad, y sin embargo éste es mucho más digno que aquél. El creyente se basa en la fe, en las creencias de su religión, parte del principio de que su verdad es la verdad, y esto le impide evolucionar; para mantener sus ideas necesita imponerlas a los demás, porque está convencido de que cuantos más sean más verdaderas serán sus creencias. Mientras que el ateo se fundamenta y apoya en la razón, en la lógica y en el sentido común, huyendo de la ignorancia y de la esperanza sin fundamento; se limita a creer en aquello que se pueda demostrar, siempre dispuesto a rectificar porque no cree en el monopolio de la verdad y no trata de imponer sus ideas a nadie, sólo desea que la verdad tenga el mismo derecho a expresarse y a difundirse que las ideas religiosas. Cabe preguntarse, ¿con qué derecho puede imponer un Estado una ley religiosa a creyentes y no creyentes?
 Dijo Krishnamurti: “El hecho de tener una religión, una religión organizada, es suficiente para crear conflicto entre los hombres”.
Como dice muy bien Fernando Sabater: “Cuando se trata a alguien como si fuese idiota es muy probable que si no lo es llegue pronto a serlo”.
Amable lector, aquí nos despedimos. Si este libro ha servido para esclarecer tus ideas y creencias me doy por satisfecho, ese era mi objetivo. Te deseo salud, trabajo y paz.


De Orbaneja, Fernando. Historia impía de las religiones.

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